miércoles, 16 de octubre de 2013

Jubilados en Benidorm


Pues nada, que vuelvo a volver. El caso es que he estado de nuevo de vacaciones. Que nooo, que tengo las mismas vacaciones que cualquier trabajador, pero unidas a los días de descanso dan mucho de si, aunque parezca que no he currado en todo el verano.
Bueno, pues, en esta última escapada vacacional, he vuelto a mi lugar de relax: Benidorm, que vaya las veces que vaya nunca me deja de sorprender. Allí veo, entre los jubilados, los casos más llamativos de pérdida de la vergüenza y del gusto en partes iguales.
Si en su día ya hablé de las tendencias que crean las abuelas en la playa, nuevamente vuelvo a ver que son innovadoras dentro y fuera de la arena.
Y no son sólo ellas las que se sueltan la melena, los señores también tienen su aquel...como el que vi ( de unos setenta y tantos años) en la terraza de un bar tomándose una cervecita tan ricamente con un sombrero borsalino (el tipo ganster  que llevan los jóvenes ahora). Que hasta aquí todo normal, pero es que el sombrero en cuestión era de lentejuelas azulonas. ¡¡¡ Pero qué mono!!!
En otro momento, mientras leia en la playa, veo a mi alrededor algo raro que se movía en la cabeza de una señora que acababa de llegar. No era un sombrero, ni un pañuelito de esos que se suelen poner a modo pirata o campesina para que el sol no le machaque a uno la sesera; sino que era un foulard lleno de colgantes enrollado en la cabeza sin orden ni concierto. Que digo yo, que si has pillado lo primero que tienes a mano para aliviar la canícula, pues póntelo con un mínimo de gracia ¿no?
Y claro, como hay que ser moderna pues me pongo un bikini, sea como sea y me quede como me quede, con la pernera floja, y saliendo media teta por el costado... Pero, señoraaaa, comprese uno de su talla, de arriba y de abajo.
Otro caso fue el de una señora (o señorona diría yo), muy entrada en años, que como tocado, llevaba un gorro de ducha de colorines con  un estampado de las princesas Disney. Vamos, un horrorrrr. Aunque lo mejor estaba por venir. Al llegar a la playa nos pusimos en un hueco que había delante de ella, que se estaba pegando un sueñecito. Al raaato, cuando se despiertó la "bella durmiente" nos dice que claro, nos hemos puesto delante y la dabamos sombra (no era cierto, pero...). Tras el pequeño rifi-rafe, llama a su amiga para comentarla el incidente y cuelga un poco apresuradamente. Al minuto vuelve a llamarla:
- Perdona, Mari, te he colgado porque oia una señal de que me estaban llamando y ¿a qué no sabes quién era?  Era el ... (un mote que no recuerdo). Me ha mandado un mensaje. Me dice: imagino que seguiras igual. ¿Qué tal va tu vida sexual?
- Pues, Mari, ya le voy a decir, que mi vida sexual va estupendamente.
Y siguió hablando con Mari mientras yo casi me caigo de la silla de la risa. He llegado a la conclusión que una de las cosas más divertidas de la playa es escuchar conversaciones ajenas.